Diario de una Gri-lla

Este es el diario de una Grilla que se hizo humana. Vivió sus primeros seis años en una casa de adobe, con el techo de teja de barro; no de esas de plástico que venden ahora.

Al inicio, la Grilla era una niña de cabello ensortijado que brillaba con el sol; brincaba entre las piedras de lo que creía era el mundo, todo lo que veía al frente: una plazoleta natural con algunos arbustos, la cual se cubría de charquitos y piedras mojadas, en invierno; mientras que de polvo y sol, en verano.

Como duendes, ella y sus dos hermanos mayores, corrían por aquel mundo, en el que, de cuando en cuando, pasaba un auto por una calle polvorienta y estrecha, que estaba al final de su plazoleta.

Eran los primeros años de la Grilla, quien no tenía otra preocupación que saltar por las piedras mojadas, tratando de mantener el equilibrio. Una que otra vez, resbaló y fue a dar contra la dura roca. Sus hermanos asustados, sintiéndose casi responsables por la caída de la Grilla, la ayudaban a levantarse y descubrían una enorme "chichota" en su frente.

Así conoció el hielo, puesto en su frente, no en un vaso con jugo o refresco. Lo traían de donde doña Teresa, una señora que vivía en una casa muy bonita, de cemento y dos plantas. Ella tenía lo último de la tecnología, que llegaba a finales de los 60´s a aquel pueblo con nombre de árbol, El Coyol.


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Cuando la Grilla cumplió 4 años, creía que su mundo llegaba hasta donde los ojos alcanzaban a mirar; pero supo, por su hermano mayor, que más allá de la plazoleta, después de la cuesta donde los autos desaparecían, estaba la escuela.

Su hermanito iba a primer grado, eso escuchó decir a su madre, quien afanosa lo preparaba cada mañana para mandarlo a la escuela. ¿Cómo será ese lugar? ¡Qué bonito eso que llaman cuadernos! ¡Más bello el lápiz!

Por la tarde, la Grilla se sentaba al lado de su hermano, a verlo como usaba el lápiz. Él siempre le decía que hacía la tarea. ¡Qué bonito ese juego! Le gustaba casi tanto como saltar de piedra en piedra. Un día le pidió a su hermano el lápiz y buscó un pedazo de papel. Sintió que aquello era mágico y trató de escribir palabras; eso escuchó que hacía su hermano.

Hizo varios garabatos. Con su voz infantil, interrumpió a la madre, quien pelaba papas. Le preguntó si aquello era una palabra. La mamá, una mujer tierna y paciente, se detuvo y, con los ojos del alma, leyó lo escrito. Ahí dice "arete". La Grilla brilló más que nunca; había escrito una palabra. Eso dijo su madre.

Entonces, preguntó a su mamá si ella iría también a la escuela. ¡Claro!, cuando cumplas seis años como tu hermano, pues todos los que cumplen esa edad deben ir a la escuela, para aprender a leer y a escribir.

La Grilla volvió a brillar; su cabello ensortijado, vibraba con sus pensamientos. Y su voz volvió a sonar; esta vez con una afirmación, pues comprendió que su otro hermano cumpliría muy pronto seis años y entonces iría a la escuela.

Sin embargo, la Grilla todavía no había visto lo mejor. Sucedió un lunes. Su papá le trajo a su hermano un libro, que tenía imágenes y palabras negras. "Esto es un silabario", dijo el papá.

La Grilla no preguntó nada; solo quería llegar a primer grado para brincar de página en página, por aquel libro.